29.1.06

Sunny Movies: Millones y El Jardín de la Alegría




De mi colección de películas soleadas (“feel-good movies”), les recomiendo dos, inglesas: Millones (Millions, 2004 - Danny Boyle), la primera que vi este año en el cine, y El Jardín de la Alegría (Saving Grace, 2000 - Nigel Cole) que acabo de ver en DVD.

Millions tiene que ver con la suerte inesperada, el dinero y lo que haríamos con él, y nos muestra una generosidad muy rara, en estado puro. Saving Grace nos habla de la mala suerte inesperada y los retos impensables que la vida nos tiene guardados. Si disfrutan de películas muy sencillas, de bajo impacto, armadas suavemente para deleitar el espíritu con colores, magia y actuaciones de básico calor humano, estas dos son una buena elección.

En Millones mi favorito es este niño que encuentra una bolsa llena de libras esterlinas pocos días antes de la llegada del Euro y debe decidir qué hacer con todo ese dinero. Disfruté especialmente su mundo real-mágico-maravilloso donde dialoga con los santos que tanto admira. En El Jardín de la Alegría, me gustó Mathew, el personaje del escocés Craig Ferguson, y su relación muy peculiar con la viuda protagonista. Sus escenas en la playa cuando ella prueba por primera vez la marihuana que pronto comenzará a cultivar en su jardín con tal de no perder su casa y la escena en el laboratorio-invernadero cuando ambos prueban la instalación eléctrica son pequeñas cuentas de colores para nuestro inventario de momentos felices. Por no hablar de cuando la viuda intenta captar algunos “clientes” en las calles de Londres.

Si les gustan pequeñas películas para sonreír, ahí les dejo estas dos.

14.1.06

Nuestras catástrofes



El colapso de un viaducto monumental, la erupción de todos los ríos del Ávila arrasando la costa del Litoral, Caracas con sus secuestros express o su día maldito de saqueos y muerte. El 27 de Febrero de 1989.

Material no nos falta para estremecer las butacas de los grandes multiplex. Además de un fuerte cine independiente, debería haber un Venewood que lanzara varias docenas de títulos al año y así se superproducirían no una, sino muchas películas basadas en hechos reales, visto que los noticieros venezolanos a veces parecen sci-fi, horror, aventura o comedia o todo a la vez.

Me fui a ver El Caracazo (Román Chalbaud, 2005). Todo porque sigo ilusamente tras la pista de una explicación sobre lo que está pasando en este país. (Mentira. También fui por puro vicio del cine. Porque vi Secuestro Express, porque vi Oriana, porque vi Una Casa con Vista al Mar, porque ví etc. etc. etc. porque voy a ver El Don y porque el cine nacional es tan, pero taaaaaan esporádico… )

Como ya conocía el punto de vista político de Chalbaud, el nivel de sorpresa fue cero. Cartas sobre la mesa: no sorprende su versión del 27-F de 1989, ni la terminología del elenco (“No es un saqueo, es una confiscación popular” según el personaje de Fernando Carrillo...). Total, es su película, y él puede abrirla con el nombre de Hugo Chávez y si quiere, cerrarla con el discurso de un personaje-testaferro que, como ya terminamos de verificar al final, no es cualquier oficial del Ejército… ES Hugo Chávez.

Lo que no entiendo es, si yo viví el 27-F, ¿por qué esta película no me conmovió?

Quizás, porque aunque es obvio el esfuerzo de producción y coordinación, me molestó su sermoneo constante y sus diálogos por momentos tan artificiales. En el cine del centro donde la ví, la gente reaccionó más a los interludios de comedia (como el del policía el frente al abasto, “Ya va, señores. ya va, el saqueo es en orden”), que a la historia personal y –supuestamente- densa e interesante de los personajes. Increíble, pero funcionó mejor como comedia. Al punto que aún en escenas dramáticas la gente continuaba riendo.

Pero la peli, Chavez-friendly y todo, tiene sus momentos. La historia en el refugio de indigentes tuvo su encanto. Y una imagen en El Caracazo que me quedó resonando… La actriz Francis Rueda, perdido el juicio por sus nietos quemados en el rancho, resalta con su personaje de mujer indigente y feroz, que deambula por una Caracas en ruinas. Una figura sucia, apestosa, absurda, que grita su dolor abriéndose el pecho y mirando directo a los ojos de un oficial del Ejército, reclamándole. (El mismo oficial diseñado por los creadores para que se nos parezca a alguien… el buen soldado con lado humano… que prometió nunca más reprimir militarmente al pueblo…). Esa comunicación no verbal entre Indigente y Militar, esos microsegundos de silenciosa parsimonia entre ambos, llamaron mi atención.

La verdad es que Caracas y el horror del 27-F son una gran oportunidad cinematográfica. ¿Cuántas historias nos podría contar la voz de un desaparecido? ¿Qué vio ese día el Ávila, ese testigo vegetal que todo lo ha visto? El cine ofrece tantas posibilidades.

Una doctora dice en El Caracazo que su hospital se parece al hospital de Lo que el viento se llevó… Decirlo es una cosa y transmitirlo con todos los sentidos que da el cine, otra. Que uno SIENTA que Caracas escarnecida por gritos y cadáveres en 1989 ES la Atlanta escarnecida por gritos y cadáveres de la guerra en Gone with the wind… era una buena idea. Pero creo que ese viaje en el tiempo alucinatorio del cine no se dio.

Yo sí, confieso que una mañana cualquiera, harta y medio dormida, he soñado con eliminar de una vez por todas las nefastas busetas de Caracas… Pero a punta de transporte inteligente, digno y moderno, no de candela y cabilla, y la verdad si alguna vez me dan un papel en una película, que no sea de “héroe popular” de El Caracazo porque no quisiera aburrir a la audiencia con tantos clichés de odio contra conductores y “poderosos”.

Por cierto, el público es cruel. Una chica (tendría ella unos 10 años cuando el 27-F), al salir de El Caracazo le dijo decepcionada a un amigo:
“¿Sabes qué? Yo me la imaginaba más fea”.