22.6.07

Bee de Bandoneones


EN 1993 TUVE UNA OBSESIÓN TEMPORAL con Golpes a mi puerta de Alejandro Saderman.
Este año 2007, de nuevo en la misma salita La Previsora, he vuelto a encontrarme con la sensibilidad de este cineasta argentino que tanto quiere a Venezuela. Hoy con una película encantadora -charming, mesmerizing- que no puede perderse nadie. Pero nadie especialmente en la nación latina, y nadie especialmente que tenga como oficio la música, y nadie, especialmente, que ame el tango. Nadie, nadie porque esta película es una ofrenda que respira hondo, como un fuelle inmenso, y llega directamente al alma. El último bandoneón (Alejandro Saderman, 2005).

Eramos muy pocos en esa salita y de esos pocos brotó un aplauso que no se pudo contener. "Una semana más va a estar porque la pidieron", se nos dijo al salir.

No escribía en este blog desde Bordadoras. Casualmente una historia sobre personas que saben con claridad meridiana su exacta pasión y vocación. Ahora, con El Último Bandoneón, diría que Saderman va bordando, con cadencia de tango, una historia de afortunados amantes de un arte, dedicados cultivadores del bandoneón.

Fue una vez por casualidad al alquilar un VHS de How to make an American quilt que conocí la palabra"bee". En ese caso, un grupo de mujeres muy diferentes unidas por una precisa e incontenible pasión: crear colchas artísticas, espectaculares y con un sentido de historia. Bee, que apenas significaba para mí abeja, miel, laboriosidad, color ámbar, se volvió también, grupo. Y de grupo, de devoción colectiva (que traspasa las fronteras argentinas) es que habla El Ultimo Bandoneón.

Si no, qué son esas almas gemelas que se reúnen cada sábado en un viejo galpón a tocar el tango, qué otra cosa une a una joven con un anciano, a un japonés con una Milonga. Devotos de un instrumento, adheridos a una atmósfera, que al juntarse no importa de dónde vienen o adónde van, ni edad, ni origen. Se entregan a su culto, encorvando su espalda y recibiéndolo en su regazo, al instrumento que llegó de Alemania a la Argentina y se unió para siempre con el tango.

Saderman el narrador emplea una edición traviesa, mágica y didáctica, permite que la cámara se finja amateur, cuando en realidad nos está mostrando en los ojos de Marina, la joven aprendiz, la intensidad de una pasión. Usa el documental que al mismo tiempo conmueve con la actuación de sus reales personajes. Sur y Caribe, como venezolana agradezco -no sin cierto triste sabor- el tributo que los protagonistas hacen al mencionar a mi país Venezuela como un lugar de oportunidades y brazos abiertos que los recibió, y hospedó una Peña Tanguera y recibió a un Gardel.

Conmovido e ilustrado, así se sale de esta película. Imperdible para la nación latina, que somos fusión, resultado, contraste. Imperdible, por supuesto, para los amantes del Tango.