26.2.12

Silencio... Para escuchar lo que dicen las piedras


A pocas horas de una noche de celebridades (los Oscars, ritual favorito que como a muchos en el globo me acompaña de toda la vida) puedo congratularme de haber dado esta tarde la mano a una pequeña estrella.

Y darle las gracias, por supuesto.

Al niño actor Juan Carlos Núñez, protagonista de El Rumor de las Piedras (Alejandro Bellame, 2011). Espero ir a Los Angeles algún día en tan importante época de galardones, pero hoy, en Caracas, fui muy feliz de haber dado mi tributo al cine. Y pensar lo fácil que fue.

Sólo me tomó leer un tweet del Proyecto Esperanza, y como estoy relativamente cerca, asistir al Teatro César Rengifo en Petare. Grata sorpresa pues, que el anunciado cine foro incluía la presencia del pequeño "Santiago" y del director del film, Alejandro Bellame.

El Rumor de las Piedras es una sólida película venezolana, de las que ya han comenzado a surgir vinculadas a la Tragedia de Vargas de 1999. Es una obra bien acabada, pensada, actuada, respetuosa, incisiva. Como los intrincados vericuetos del barrio y el incesante movimiento del río que atraviesa y define a esta ciudad, así de pródiga es esta película en temas y mensajes para el espectador atento. Por eso mismo, una sola vez no basta y es digna de un segundo visionado.

Antes de seguir, les diré algo. Es remarcable que en una película sobre el barrio -y a veces uno ha dicho "Cónchale, ooootra vez otra película sobre el barrio"- es interesante, les decía, que un personaje diga claramente: "Yo soy el culpable de lo que me pasa".

Estoy consciente de que hablar de culpa, o no culpa, y de real libertad de elección personal en el contexto del barrio es complicado, debatible, discutible. Aún así, y con el perdón de los especialistas, como espectadora agradezco la frase.

Dicho esto.

La devastadora inundación, el "deslave" de Vargas, que aparece en el Libro Guinness, tiene una presencia invisible pero contundente en este drama. No la vemos: la sentimos, la palpamos, la escrutamos. Está en la tensión permanente en la frente, la mirada, la espalda y los hombros de una mujer que no se da un respiro. Está presente en claves inserciones de sonido, ese sonido terrible del agua y de golpes de inmensas rocas en la tierra, que nos conmueve hondamente. Está presente en las secuelas que ha dejado en la madre, el hijo mayor, la abuela.

El niño, Santiago, es quien se nos presenta como el más fresco y ligero de equipaje, el doloroso equipaje del trauma y el recuerdo. Aún asi lo comparte, lo percibe, lo presiente: porque esa pérdida, ese dolor, ha tenido sus efectos y se permea, sin duda, hasta alcanzarlo... Su alegría nata, sin haberse roto todavía, es lo que nos engancha desde un comienzo para seguir sus episodios.

A propósito de esa alegría y esa inocencia conservadas en Santiago, me vienen a la mente escenas amables en cementerios. ¿Cómo así? El cine se las ha ingeniado para hacer de cementerios el telón de fondo para impresiones visuales que uno recuerda con afecto, no sé por qué. Una que me gustó desde muy joven fue las andanzas de los niños Daniel y Melody (Melody, 1971) con el fondo de los Bee Gees (la canción First of May). Otros amables paseantes de cementerio: Jesse y Celine (Before Sunrise, 1995). ¡Y la pícara apertura de Volver, de Almodóvar! Ahora, agrego a los pequeños Santiago y Yeyson, de El Rumor de las Piedras.




Yeyson y Santiago, jugando a espadachines entre abandonadas lápidas, comiendo arroz con pollo, estudiando las rocas ígneas, sedimentarias y "metafóricas".


Feliz estoy de añadirlos a mi colección.

En otras resonancias más dramáticas, alentadas por El Rumor de las Piedras, menciono a otra gran obra actoral, encabezada por Meryl Streep en los años 80, La Decisión de Sofía. Segura estoy de que los creadores de "El Rumor...", han asomado también un espinoso tema, el de las decisiones imposibles, inesperadas, irrevocables que las tragedias, naturales o creadas por la opresión y la guerra, obligan a veces a tomar y a cargar el resto de la vida.

EL MAR. El gran presente, el gran ausente, que como lo bueno, se hace esperar. Nos llega en la resolución, en la escena en la cual desembocan todas las emociones y conflictos, los vividos, los postergados, los que aún estarán por llegar. El mar. En esa magnífica, azul resolución de esta historia, donde la Madre se voltea hacia la montaña y sin palabras, parece preguntarle qué fue lo que bajó de allí, si alguna vez lo entenderá y estará en paz.

DIÁLOGOS NATURALES, acertado estilo en El Rumor... Naturales y breves. Eso contribuyó a dar dinamismo y reconocernos, sin sentirnos increpados por dicciones forzadas o tonos moralizantes. Sólo hay un diálogo extenso, una conversación larga hacia el final de la película. Es entre la madre y su hijo mayor, una conversacion conclusiva, orgánica, conjugada con una alusión visual a"La Piedad". Dos seres unidos por la biología y la tragedia, van siendo rodeados lentamente por una cámara que los retrata frente a una pared en blanco que parece dibujar el mar (visto desde la orilla) y la nada (desde la derrota, el dolor, la culpa).

Qué hermoso contraste la figura de la Abuela. Una abuela que está quedándose ciega poco a poco, pero que puede ver lo que necesita ver y más allá. Encarnada por una actriz alta, fuerte, un casting que a la vez extraña y sugiere que en esta familia, este árbol separado de su raíz (el Mar), es también una gran roca, presente, importante, con peso.

No sé cuán universal resulte El Rumor de las Piedras. Difícil calibrar ese rasgo para otras audiencias no venezolanas. A escasas horas de haberla visto por primera vez, es esa la inquietud que me queda. Aquí en confianza, no sé si otras audiencias podrán captar suficientemente como para no distanciarse, nuestros pliegues, matices, resonancias, profundidades y especificidades.

Puede que sí. Puede que los corazones y las mentes abiertas, puede que los sobrevivientes de catástrofes, los contemporáneos de horrores bélicos, los compañeros de esa violenta sacudida que supone vivir en ciudades de alta criminalidad, puede que ellos entiendan. No lo sé.

Cualquiera sea el caso, El Rumor de las Piedras logra conmover y poner de relieve muchos desafíos que todavía aquí, entre venezolanos, nos quedan por reconocer, admitir, afrontar y solucionar.

Y los duelos pendientes.

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