31.1.07

Babel: Sonido y silencio



Empieza con sonidos. Sólo sonidos. Los del fuerte viento y de los pasos de una caminata, en el silencio de un desierto. Casi tres horas después, culmina en lo alto de un rascacielos, de una atestada metrópolis, en un ser humano que ha quedado desnudo de cuerpo y de alma. Así es Babel (Alejandro González Iñárritu, 2006). Experiencia de extremos.

Personajes expuestos al límite de sus fuerzas y al máximo de su resistencia. Víctimas del azar, de la arbitrariedad de la vida, de un segundo de irresponsabilidad propia o ajena, del abandono, de su miseria o, simplemente, víctimas de su silencio. Ese silencio persistente, inherente a la vida y a la naturaleza incluso, que se cuela entre la selva celular.

Fui a ver Babel 100% consciente de que me esperaba una exploración del dolor humano, otra vez, de cuerpo y alma (razón para no verla) pero estimulada por el desafío de un cineasta que sé que te pone tareas: interconectar historias, mover piezas y tiempos. Además sabía que, en medio de todo, habría suspenso (razón para ir a verla).

Pienso al salir, que me metí completamente en la vida de unos personajes de los cuales realmente no llegué a saber nada: ni qué hacen, ni a qué se dedican, ni por qué están allí, y pienso también, qué importa, seguramente fue a propósito y funcionó. Son universales, no importa su piel, es irrelevante su continente. Los une un disparo, los une la soledad, sus arrebatos, sus deficiencias (o discapacidades) para comunicarse, el silencio (por lo que callan o no pueden decir), la atroz falta de contacto. Los une la infinita suerte, también, de haber conocido la azarosa bondad de un completo extraño, en el momento preciso del miedo o de la muerte.

Razón para verla: seguramente arrasaré en la Red carpet season.

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